Es un niño que sueña y presume un anillo familiar. En ese momento se siente que el mundo es suyo.
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De joven lo veo en las fotos, unas enamorado y otras conquistando las alturas del Popocatepetl.
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Siempre encerrado en sus pensamientos, con esa mente ágil y hábil.
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¡Este hombre es mi padre!
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Aquel que se iba a las corridas de toro y su ceño que parece que sus pensamientos no están en la Plaza de Toros.
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Un hombre distante y cercano, un padre que se metía a la cocina a prepararnos huevos con angulas.
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Su ternura y sus juegos. Siempre apoyando mis sueños.
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Mi papá que acompañaba a cada uno de sus hijos de diferente manera y nos daba confianza, nos hacia esforzarnos.
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Caminamos una vida y de pronto había pasado ya mucho tiempo... mis padres envejecían y el tiempo los vencía.
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Cuando mi madre partió primero todos nos quedamos con dolor y con preocupación de que hacer con mi padre que se perdería sin su compañera... y entramos en un laberinto de sorpresas de cambios en su físico, de su deterioro y de sus miedos.
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Mi padre, que creíamos que no sobreviría a mi madre, vivió diez años más.
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Diez años encerrado en sus pensamientos y en su silencio.
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Seguía erguido ante la vida.
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Y la vida lo tumbó... todo se acaba y él empezo a sufrir. Duró dos años en el Asilo.
Deambuló.
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Y el 30 de junio de 2006 tuvo el infarto... dejó de sufrir y encontró la paz.
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¡Nos hace falta... sí!
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Pero lo más importante es que dejó de vagar por una vida que ya no le sabía a nada... sólo a vacío.
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Y así, con tan pocas palabras, pero llenas de sentimiento que guardo aquí en mi corazón, quiero recordar para siempre a mi Papá.
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Risueño y juguetón, llena la cabeza de confeti en las Navidades...
asi lo disfrutamos todos.
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